Vivir no es lo mismo que sentirse vivo.
Sobrevivir no es lo mismo que vivir.
La existencia ( ser puesto ahí afuera, en el mundo) no es algo que se elija a voluntad.
La vida sucede. Transcurre. Sigue su curso. Y, sin embargo, quienes vivimos, no nos sentimos a veces dirigiendo ni comandando el rumbo de nada.
Estar vivo no es lo mismo que sentirse vivo.
Para que la propia vida tenga sentido es necesario encontrárselo. A ese, el sentido, llámese dirección, propósito, destino... Y no hablo del destino como algo dado e inamovible, sino como el punto de llegada, que tampoco es estático ni permanente. Uno puede recalcular el rumbo y el destino las veces que sea necesario. Uno puede detenerse en el camino y reflexionar acerca de lo ya recorrido. O no querer mirar atrás. Puede uno buscar posada donde pasar la noche y elegir, también, seguir de pie, en medio de la oscuridad.
Vivir no es una ciencia.
Dicen algunos que es un arte. Y hasta una aventura.
Vivir no es lo mismo que vivir con dignidad.
La dignidad proviene, tal vez, de una cierta coherencia entre lo que se piensa, lo que se siente y lo se hace. De una cierta integridad.
Vivir con dignidad no es lo mismo que sentirse digno de vivir.
La vida no espera a que estemos listos para vivir.
No avisa que estamos viviendo, ahora, en este mismo instante.
Mucho menos anuncia cuando dejará de transcurrir y suceder para depositarnos sin culpa ni remordimiento en el lecho de muerte.
La vida no es buena ni mala.
No está ni a favor ni en contra.
No es digna ni indigna.
Esos calificativos, y porque estamos vivos y tenemos voz, los ponemos nosotros.
Victoria Branca